¡Me he mudado!
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13.6.12

Ángeles sin alas.

Planean sobre el cielo, burlándose de los mortales. Extienden sus fuertes alas y las agitan elevándose hacia lo más alto, como una exhibición de poder en la que se muestran los pequeños reyes del cielo. Una niña los observa tumbada en el duro y liso mármol. Desea en ese momento poder volar, como los pájaros, pero sabe que necesita unas alas de verdad, porque dejó de creer en eso de un poco de polvo de hadas y pensar en cosas bonitas. El problema es que ella no tiene alas. Su madre solía susurrarle al oído, como si fuera un gran secreto, que ella era un ángel, su ángel. Siempre le gustó que la llamara así, porque la magia bailaba en aquella palabra, pero ahora mismo ella no encuentra sentido alguno en ser un ángel sin alas. Y por eso, inútil e impotente, observa a los frágiles animalillos deslizarse sobre el fondo azul como en un espectáculo de circo, salvo que ellos, son libres. Pero ella no quiere tener alas para exhibirse ante los demás y la idea de libertad no ha sido aún concebida en su cabecita. Ella simplemente quiere tener alas para poder elevarse hasta tocar el Cielo.
Cuando cae la noche los pájaros se marchan, pero ella se ilusiona aún más. La negrura más absoluta domina a su alrededor y en el cielo se alzan miles de puntitos brillantes, como si alguien hubiera tirado un bote de purpurina sobre un cielo completamente negro. Se siente feliz porque sabe que, cada par de estrellas, son un par de ojos que mira. Y busca unos en concreto, eligiendo siempre los que más brillan. Porque sabe que la observa desde lo más alto, que sigue cuidando de ella, que la protegerá para siempre. Sólo tiene que encontrar las estrellas más luminosas del cielo y creer que su recuerdo sigue vivo en ellas. 
Y no se da cuenta cuando, sus párpados ya cansados de mirar tanto, se cierran. Se duerme arropada por la mirada de las estrellas, una belleza infinita casi inmortal, mientras a su alrededor aspira el amargo aroma de flores marchitas, de muerte y putrefacción, de vidas extintas. 
Unas manos fuertes la agarran y la despegan, procurando no despertarla, del frío mármol de la tumba. Y el pequeño ángel sin alas apoya la cabeza en el pecho de su padre, escuchando los rítmicos latidos de su corazón, esos que gritan en silencio de dolor por la pérdida del ser amado.