¡Me he mudado!
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31.8.12

La ciudad del invierno eterno.

El aire frío se implantaba en los huesos, carcomiéndolos lentamente con su fina capa de hielo. Se trataba de esos días que trae el invierno, donde las más valientes almas caminan por las calles arrastrando sus pesados cuerpos por la nieve. Demasiados fríos para caminar. Demasiados fríos para temblar.  
Ese era el peor (y el mejor) problema de aquella fascinante ciudad; el frío. Pero sus habitantes habían aprendido a combatirlo. Algunos niños frotaban la nieve con sus heladas manos para crear pequeñas obras maestras; otros preparaban mortíferas bolas blancas que lanzaban contra la primera víctima que pasaba a su lado. Los más mayores entraban en calor a base de cafés, bailes y risas bajo las sábanas.
A pesar de que el frío podía ser en ocasiones cruel, los habitantes de aquella pequeña ciudad nunca murmuraban quejas, ya estaban acostumbrados.
Al fin y al cabo, tenían que soportarlo todos los días del año. Aquel lugar era un trocito de paraíso congelado, feroz y encantador al mismo tiempo. La ciudad de las atrayentes luces de noviembre, con recovecos ocultos que guardaban magia de cuento e historias que anhelaban ser escuchadas.

La ciudad del invierno eterno.