Ese era el peor (y el mejor) problema de aquella fascinante ciudad; el frío. Pero sus habitantes habían aprendido a combatirlo. Algunos niños frotaban la nieve con sus heladas manos para crear pequeñas obras maestras; otros preparaban mortíferas bolas blancas que lanzaban contra la primera víctima que pasaba a su lado. Los más mayores entraban en calor a base de cafés, bailes y risas bajo las sábanas.
A pesar de que el frío podía ser en ocasiones cruel, los habitantes de aquella pequeña ciudad nunca murmuraban quejas, ya estaban acostumbrados.
Al fin y al cabo, tenían que soportarlo todos los días del año. Aquel lugar era un trocito de paraíso congelado, feroz y encantador al mismo tiempo. La ciudad de las atrayentes luces de noviembre, con recovecos ocultos que guardaban magia de cuento e historias que anhelaban ser escuchadas.
Al fin y al cabo, tenían que soportarlo todos los días del año. Aquel lugar era un trocito de paraíso congelado, feroz y encantador al mismo tiempo. La ciudad de las atrayentes luces de noviembre, con recovecos ocultos que guardaban magia de cuento e historias que anhelaban ser escuchadas.
La ciudad del invierno eterno.